A lo largo de mi vida, siento que he llevado una máscara. No una de esas que llevas por Halloween. Tampoco algo elegante, como las de los carnavales venecianos. Más bien una máscara cuyo único fin es ocultar tu identidad.
Aunque al principio no era consciente de su existencia, a medida que he ido creciendo y desarrollándome como ser humano me iba percatando de pequeños detalles. Al principio esos detalles parecían insignificantes, hasta el punto de que los achacaba a cosas que no tenían nada que ver con la máscara que cubría mi rostro.
Un buen día, casi sin darme cuenta, esa máscara cayó. Pero solo yo me di cuenta. Y cuando pude ver mi cara al natural por primera vez, me aterroricé. No era como las caras de otra gente. Tenía tanto miedo de que se dieran de que era diferente que decidí ponérmela otra vez y no contarle nunca a nadie lo que había bajo ella.
¿Problema? Como el gran trozo de piel muerta que era, lo que había estado impidiendo que fuera yo misme, había comenzado a caer. Al principio era tan sutil que nadie se había pertacado de que lo que llevaba no era más que los restos de algo que una vez había sido una máscara. Pero aquella mentira no hacía otra cosa sino degradarse cada vez más rápido.
Además, después de aquel incidente, había algo que no paraba de perturbarme: empezaba a notar cosas que delataban la existencia de la máscara. O más bien lo que quedaba de ella. Ya no solo eran los trozos que no paraban de caer. Olía mal. Empezó a ser incómoda. Pero lo peor era con diferencia que la gente hablaba de ella como si fuera mi verdadero rostro, con el dolor insoportable que sufría y aún sufro.
Hace no mucho, decidí ser valiente. Me arranqué los pocos pedazos de piel muerta que quedaban y decidí ser yo misme. Para siempre. En ese momento fue cuando grité mi nombre, el nombre que siempre supe que había tenido, pero por el que nunca nadie me había llamado.
Fue entonces cuando terminé aceptándome como no binarie. No más inseguridades. No más dudas. No más máscaras. También fue entonces cuando pude admirar la belleza del rostro que solo mis ojos habían visto.
¿Por qué esconder algo que también forma parte de este mundo? Independientemente de mi identidad de género, de mi neurodivergencia, de lo que sea que me haga menos normative, paseo bajo el mismo sol y duermo bajo la misma luna. Si aún hay gente que se empeña en ver a una mujer que nunca existió en mí, es su problema. Yo por fin tengo claro quién soy y no voy a dejar que aquelles que nieguen mi identidad tengan poder alguno sobre mí.