Todes tenemos, al menos, un privilegio. El privilegio de ser humanes. O, al menos, serlo físicamente. Pero hay muchos más. Puedes tener el privilegio de ser un hombre, de ser cissexual, de ser heterosexual, de ser delgade, de ser neurotípique, de ser de raza blanca… ¡Y eston son los que se me ocurren! Pero estoy segura de que hay más.
Yo, como mujer, gorda, autista y extranjera en el lugar en el que resido, sufro una cantidad importante de opresión. Me ha sido muy difícil llegar a la posición a la que estoy hoy. Y he sufrido muchísimos varapalos por el camino. ¡Y los que me quedan!
Pero ojo, así como experimento opresión por ciertas cosas, también tengo ciertos privilegios dentro del kyriarcado. Soy heterosexual, de raza blanca, europea, puedo expresarme usando lenguaje oral (esto da para otro escrito) y soy humana. Yo nunca seré insultada (como poco) en la calle por estar dándole de la mano a mi pareja. Nunca seré víctima de ataques racistas. Nunca se dudará de mi inteligencia o similares por el simple hecho de no ser capaz de hablar. Y nunca se me matará para comerme o se me usará para experimentos que no he consentido.
Efectivamente: ME REVISO. No es fácil, puesto que son muchas cosas que tener en cuenta y muchas voces oprimidas a las que escuchar. Y, por supuesto, esto implica estar abierta a aprender de las críticas. Confieso que parte de mi autismo es tomarme un pelín a pecho las críticas, o, al menos, si la otra persona no elige con cuidado las palabras. Muchas mujeres en el espectro compartimos este pequeño rasgo.
Debido a esto, a veces pienso que no me merezco el privilegio de ser activista. De hecho, a pesar de que en los últimos días mi petición para retirar el libro “Vencer al autismo” se ha vuelto muy relevante y mi nombre está empezando a sonar en algunos lugares, no me considero una activista 100%. Estoy aprendiendo a usar adecuadamente este privilegio, por lo que a veces diré cosas que no tocan, cometeré errores que pueden herir a personas que están tan oprimidas como yo, perderé la paciencia con esos que creen que las vacunas causan autismo y que este se puede curar con aceite de coco, clorito sódico o los panes baozi del Felisano e incluso me tomaré ciertos ataques de forma personal, aunque sea muy obvio que, más que a mí, vayan dirigidos a la voz que intento levantar.
Yendo por fin al grano…
Sé que
afirmé de forma absoluta en esta entrada que las personas que sufren depresión no son neurodivergentes.
¿Sabéis qué? ¡Lo retiro! O, al menos, lo tacharé en ese escrito y pondré un enlace a este texto. Porque ser honesta es una cosa y querer ocultar un error es otra.
Sé que la explicación va a ser tan larga como este preámbulo, pero espero que todo quede más o menos zanjado para poder disculparme en paz.
Hay muchísimo debate en cuanto a qué condiciones mentales deberían considerarse neurodivergencias y cuáles no. Aunque algunas como la condición bipolar, la condición obsesivo-compulsiva y el espectro autista entre otras se consideran claramente neurodivergencias, hay otras condiciones que se suelen tener constantemente en debate. Generalmente se tratan de la depresión y la ansiedad.
Me gustaría matizar que tener una depresión o un ataque de ansiedad en un momento puntual no te hacen automáticamente neurodivergente. Todes podemos venirnos abajo porque nos pasan muchas cosas malas de repente y no sabemos llevarlo. O, en un momento puntual, tenemos que enfrentarnos a una situación que nos produce tales niveles de angustia que acabamos con un ataque de ansiedad.
Pero, por ejemplo, ¿qué pasa si, en lugar de tener depresión, eres alguien deprimide? Alguien que ve el mundo de forma tan negativa que salta de depresión en depresión y cambio de medicamentos que me hacen más mal que bien porque me toca. Estas personas no eligen ser así. Son así. Si tienen la suerte de encontrar una medicación que les ayude y el afecto y comprensión de familiares, amigos e incluso pareja, pueden sobrellevar sus vidas de forma más o menos normal, ¿pero y si no?
Ojo, ya sea que tengas depresión o seas deprimide, no pretendo decir que unes valgáis más que les otres. Sea una cosa o la otra, la depresión es algo muy serio, y nunca se sabe lo muchísimo que duele hasta que te descubres llorando en cualquier lugar aleatorio porque cierto estímulo te ha detonado completamente; comes y duermes demasiado; tienes pensamientos altamente destructivos hacia ti misme o les demás y lo único que puede hacer el médico de cabecera por ti es recetarte las primeras pastillas que se le ocurren porque no sabe qué hacer; y quizá la Unidad de Salud Mental se tome tu caso con demasiada calma, a pesar de que le has repetido como setecientas veintiuna veces que eres autista, y que lo que te pasa no es más que un subproducto de ciertas circunstancias de tu vida.
Así fue como yo me di cuenta. Y, aún con todo, no me lo creo.
Asumo que usar mi privilegio de activista autista para echar del espectro neurodiverso a aquelles que sufrís depresión porque sois así ha sido una total guarrada. Estaba equivocada, y hasta que no he empezado a estar casi en el mismo saco que vosotres y cierto debate me animó a revisarme más a fondo no me he dado cuenta.
Perdón. Siento si te he hecho daño afirmando lo que afirmé. No soy nadie para irle poniendo fronteras fijas a qué es neurodiverso y qué no. Por muy autista que sea.
Si hay algo mal en esta disculpa, espero que me corrijas y me expliques cómo lo ves desde tu perspectiva. Yo sé de autismo, pero fuera de ahí, no me veo capacitada para escribir adecuadamente sobre otras neurodivergencias o condiciones mentales, salvo retazos puntuales que domino por conocidos. El aprendizaje forma parte de mi activismo. Revisarme constantemente tambien.