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domingo, 30 de octubre de 2022

Mi historia de acoso laboral

Es complicado enfrentarse a la página en blanco cuando lo que quieres escribir no es precisamente amable. No obstante, pienso que cuanta más gente hable de estas experiencias, más fácil será para aquelles que opten por soluciones más drásticas, como acudir a la vía legal, por ejemplo.

Es una verdad muy incómoda, pero no por ello menos cierta: les autistas somos más propenses a sufrir acoso laboral. Aunque las estadísticas son muy variables dependiendo de la fuente, se estima que entre un 17% y un 33% de les autistas adultes han sufrido alguna vez acoso laboral. Si la tasa de desempleo entre la población autista ya es my preocupante, si le añadimos el hecho de que tienes al menos una entre seis probabilidades de que no te traten bien en el trabajo, ¿para qué esforzarse?

Sé que algunes de les que estáis leyendo este artículo estáis pensando que no nos queda otra que apechugar, por eso del capitalismo y el hecho de que estamos prácticamente forzades a trabajar. Lo sé, y estoy de acuerdo. Lo ideal sería mandar el capitalismo bien lejos, pero como no creo que eso vaya a pasar a corto plazo, lo mejor es hacer la tortura más soportable, ¿verdad?

Por eso quiero escribir sobre mi experiencia personal. No sólo porque me va a ayudar a sentir mejor, a racionalizar que lo que ha pasado no es culpa mía. Esto también puede ayudar a quiénes leáis esto. Porque el bullying no siempre es tan obvio como lo pintan. Además, el hecho de que he esperado suficiente tiempo desde que los hechos sucedieron hasta ahora, cuando ya no tengo vinculación alguna con la franquicia y la marca, me permiten escribir libremente sin temor a consecuencias legales.

De todas formas, por razones espero que obvias, no pondré nombres reales. Aunque en estos casos soy partidarie del name&shame, no creo que aporte mucho a la conversación saber quién es fulanito o en qué restaurante ha pasado lo que voy a contar. A menos claro, que alguien que resulte vivir cerca de mí necesite esa información. En ese caso, no me importa responder a dudas en privado.

Y, antes de empezar, un consejo basado en mi propia experiencia, y aderezado con algo de experiencia personal de mi novia. ¿Eres autista? ¡Ni se te ocurra trabajar en comida rapida! ¡No, no, jamás de los jamases! ¿Me oyes? Espero que sí.

Por fin, entremos en la historia…

Eran principios de 2017, y era el final de una época de mierda. Lo poco que quiero contar públicamente es que, por querer ayudar a una señora que era medio-amiga (!!!) de una vieja amistad, me vi metide en un lío de tres pares de cojones. Y creedme: el hecho de que use tal vulgaridad en formato escrito está más que justificado. Necesitaba un trabajo, para ayer. El no encontrar trabajo significaba volver a la casilla uno, que era estar atascade en Blackpool. Una situación bastante mala, la verdad.

Y encontré un trabajo, por lo que pude quedarme en Manchester por mi propio mérito. Obviamente, no de la mejor manera posible, pero eh, mejor que en Blackpool. 2017 no fue tan mal año, a decir verdad, pero las cosas iban a cambiar para el año siguiente.

Ciertas malas decisiones empresariales llevaron a la franquicia que operaba el restaurante donde trabajaba a volverse la versión de AliExpress del Señor Cangrejo. Y debido a la tacañería mostrada, algunes de mis mejores compañeres encontraron mejores trabajos. Incluyendo el que fue mi gerente hasta entonces. Debido a eso, el que fue por entonces su ayudante fue ascendido a gerente. Pues ese fue el detonante.

¿Habéis oído la típica historia del encargado que está más o menos bien y se vuelve un capullo una vez le ascienden? Pues es exactamente lo que había pasado en este caso. El dichoso Ahmed dio un giro de 180 grados.

El primer detalle llamativo es que, antes de que Ahmed fuera gerente, nuestro equipo era bastante diverso, con chiques de diferentes países y edades. Pero una vez fue ascendido, casi sin darnos cuenta, quitándonos a quiénes habíamos sido contratades con anterioridad, nuestro equipo se volvió predominantemente un club de chiques de instituto provenientes de Oriente Medio y Asia. Y para añadir más sal a la herida, fueron estes chiques quienes se llevaban el trato de favor.

Lo diré claramente: Ahmed estaba beneficiando a aquelles que compartían origen y religión con él. Yo, le autista, no binarie, y por entonces agnóstique era quien estaba más en el punto de mira. Y para hacer las cosas aún peores para mí, mis problemas de salud estaban empezando a salir en forma de excesivos viajes al baño.

Como dato curioso, la única persona no asiática contratada por Ahmed fue un chico polaco, que también estaba en sus años de instituto. Para quiénes no viváis en Reino Unido, hay una razón de peso por la que nuestra plantilla estaba siendo rejuvenecida a la fuerza: el salario mínimo para menores de 18 años apenas pasaba de las cuatro libras por hora en 2018. En cambio para mí, al ser mayor de 25 años, estaba cobrando casi el doble. Por hacer exactamente el mismo trabajo. Injustísimo, como poco.

Antes de que el 2019 llegara, recuerdo que nuestro restaurante necesitaba ascender a alguien con urgencia, por eso de que compañeres que habían sido importantes para mantener el negocio rodando habían encontrado mejores trabajos. Llegaron hasta el punto de pedirnos en una reunión que, quienquiera que estuviera interesade, que hablara con el equipo. Bien, yo no hablé directamente con Ahmed, pero sí con alguien que podía actuar como encargade. Y directamente me dijo que ni de broma, que ya habían hablado sobre mí y yo, simplemente no sería considerade por… ¡Mis problemas de salud! Lo cual, por cierto, es ilegal en Reino Unido. Pero, ¿sabéis qué? Ahora, varios años después, sé que al final fue la decisión correcta para mí, no para el restaurante.

Y así acabó 2018, Ahmed estaba enseñando sus colores, pero la situación era moderadamente soportable. Hasta que el siguiente año empezó.

La franquicia, tratando de exprimir aún más cada penique, seguía recortando el presupuesto que cada restaurante tenía disponible, incluido el nuestro. Y eso se reflejó en un problema que hizo que empezara a pensar muy seriamente en cambiar de trabajo. Cada viernes, éramos las cuatro mismas personas trabajando el mismo turno. Esto estaría bien un día laboral, pero los viernes y sábados eran los días que, sin importar cómo nos organizáramos, todo se iba a la ir a la mierda por una razón muy sencilla: nos faltaban manos. Y yo me estaba llevando la peor parte por algo que Ahmed había heredado del gerente anterior, y que no estaba dispuesto a cambiar.

Veréis, aunque realmente no tengo quejas del viejo gerente, lo cierto es que su manera de organizar sus empleados era, cuanto menos, sexista. Resumiendo y simplificando mucho, si eres una chica, vas a caja. Si eres un chico, vas a la cocina. ¿Y qué pasa si no se te da bien lo tuyo, no te gusta o simplemente no entras en el binario?

Según Ahmed, te jodes. Que nunca ha usado esas palabras en mi cara, pero entendéis el mensaje.

Así que ahí estaba yo, cada puñetero viernes en la caja, aguantando a tíos siendo unos babosos de mierda y teniendo que hacer el trabajo de dos, e incluso tres personas yo sole. Debido a ese estrés, yo lo estaba pasando mentalmente fatal, lo que me hacía sentir más dolor y malestar por mi enfermedad. Además, mi manera de “soportar” ese estrés era también recurrir a hablar como un marinero. Como os podéis imaginar, eso último no es precisamente bueno cuando te fuerzan a trabajar de cara al público.

Ojo, no estoy intentando echar mierda a mis compañeres: elles también estaban muy ocupados con el auto-servicio. El susodicho recibió quejas tanto nuestras como de clientes, enfadades porque podíamos tirarnos hasta media hora desde que entran por la puerta hasta que le dan el primer bocado a su comida. Sí, media hora en un restaurante de comida rápida. E incluso sabiendo lo mucho que Ahmed priorizaba las quejas de clientes, nunca hizo nada. Recuerdo que alrededor de febrero actualicé mi currículum y empecé a buscar trabajo. Cualquier trabajo que no implicara trabajar de cara al público. Pero no hubo suerte.

¿Recordáis cuando Ahmed estaba pidiéndonos que nos ofreciéramos voluntaries para ser ascendides a encargades? Bueno, amiwis, dejad que os cuente algo que nunca fue un secreto: aquella súplica fue un paripé, porque había elegido a un chico a dedo, sin considerar a nadie más. Pero debido a que ese chico se vio envuelto en dos sucesos violentos, uno de ellos con clientes involucrados, Ahmed se vio forzado a no ofrecerle la promoción a ese chico. Y por eso la franquicia decidió buscarse la vida y traer a alguien para ayudarle: Cecil.

Cecil ha sido probablemente el mejor superior que he tenido mientras trabajaba para ese restaurante. Él fue el primero en respetar mi nombre y en entender que yo realmente no sirvo para trabajar de cara al público. Soy demasiado crude y directe para ello. Él nunca me pidió cosas como mi pasaporte para llamarme por mi nombre, o mi diagnóstico para entender que soy autista, y ergo, necesito ayuda en ciertas cosas.

La única tara de Cecil es que siempre intentaba ver las cosas desde todos los ángulos posibles. Os preguntaréis cómo puedo decir que esta cualidad es mala, y comprendo vuestro punto. Pero en una situación en la que tenemos un gerente que se está pasando de la raya con varias personas, tener a alguien que puede simpatizar con Ahmed no es bueno, a pesar de todas sus buenas cualidades, que son muchas. No obstante, ¿puedo culpar a Cecil de esto? Absolutamente no.

A pesar de que las cosas realmente no cambiaron mucho hasta verano, Cecil estaba haciendo lo mejor posible para que el restaurante no se fuera a pique. Se ganó el cariño de todes les que trabajábamos ahí, y el ambiente mejoró muchísimo gracias a él.

Sin embargo, mi salud mental empezó a decaer. A pesar de que 2019 no fue un mal año, ya que fue cuando conocí a mi pareja, hubo muchas cosas que hicieron la situación en el plano laboral volverse un agujero negro de porquería. Resumiendo las cosas que Ahmed hacía y decía:
  • Usaba mi necrónimo. Constantemente. Y no importaba cómo de educadamente le corrigiera o hubiera otres compañeres llamándole la atención: el tío no rectificaba, hasta el punto de que un día dijo literalmente: “Te llamaré Sariel el día que tu pasaporte tenga ese nombre”.
  • Hacía luz de gas todo el tiempo para salvarse el culo. El peor ejemplo es cuando le dijo a una chica que él no había cambiado los turnos de esa semana, para que ella le mostrara capturas de pantalla hechas por su hermana, quien también trabajaba en el restaurante, que probaban que Ahmed sí había hecho cambios. ¡Ooooops!
  • Si cometes errores que, a sus ojos, son imperdonables, por pequeños que sean, te amenazaba con despedirte. Porque no hay nada mejor para mantener al equipo motivado que el uso de amenazas, yaaaaaaay.
Sin embargo, hubo dos incidentes que cambiaron las cosas a mejor, aunque no recuerdo el orden de los mismos. Creo que pasaron en días consecutivos, pero os pido que no os fiéis de mi memoria, ya que sólo sé que pasó en verano. Probablemente junio o julio.

Aquí le menda sabía que empezaba a trabajar a las doce, por lo que noche anterior me lo tomé con calma y me fui a dormir de tranquis. Todo correcto hasta que me despierto a las nueve y media, de forma aleatoria, con una alarma de Google Calendar. Y ahí estaba: un recordatorio de que mi turno empezaba a las diez. Y yo, teniendo el mal despertar que tengo cuando me despierto por sorpresa, me enfado, y mucho. Que sí, que vivía cerca y llegué “sólo” diez minutos tarde, creo recordar.

Aunque yo sabía que el turno había sido cambiado, decidí ir de buenas a preguntarle a Ahmed. ¡Y el señor, cómo no, me mintió en mi cara bonita! Y a pesar de que yo tenía pruebas de que estaba mintiendo, el muy descarado siguió haciéndome luz de gas. Tremendo valor tienen algunos, la verdad.

Al final admitió que había cambiado el turno porque une de les chiques tenía un examen y necesitaba más tiempo para estudiar. Claro, querido Ahmed, pero intentaste hacer los cambios a medianoche. Maravillosa jugada.

Pero no acaba ahí. Yo terminaba a las cinco. Y ahí estaba, cual Calamardo cansade de la vida, queriendo irme a casa. Hasta que Ashley, el chico que estaba llevando el turno de noche viene y me dice que quien se supone que tiene que venir no puede porque… ¡Ahmed le puso el turno sin avisar! Al final, este chico me deja irme a casa a las seis después de encontrarme un relevo preguntando por Whatsapp. ¡Gracias, Ashley!

Y el otro incidente, por suerte, no es tan fuerte como el anterior, pero a mí me tocó la fibra. Veréis, algune iluminade pensó que poner hielo en cubos enormes y ponerlos en la cámara frigorífica sería una buena idea. Para poder limpiar la máquina de hielo, claro está. ¿Problema? Veréis, esos cubitos de hielo estuvieron fuera el suficiente tiempo para que se derritieran ligeramente, y una vez los cubos fueron puestos en la cámara frigorífica, los cubitos de hielo que contenían se convirtieron en pedazos de hielo. Y una vez se nos acabó el hielo en las máquinas de bebidas, hubo un pobre alma que tuvo que ir a coger esos cubos. Yo fui esa alma.

Tratando de romper esos pedazos, me hice daño en el meñique, y bueno, se me escaparon un par de palabras feas. Bien, pues por esa memez se me llamó la atención. Que hey, yo me podría haber roto el meñique con el dichoso hielo o algo, pero lo más importante era mantener mi boca de marinero bien cerrada. Maravilloso.

Pues cosas como estos dos incidentes me sentaron como el culo, y peor. Y decidí hacer una locura: sentarme a hablar, como adultes, con el jefe de área. A explicarle toda la movida que teníamos en el restaurante. Y así, sin saberlo hasta más tarde, me estaba uniendo al club de personas que se habían estado quejando de Ahmed y su forma de hacer las cosas.

Lo que fue un poco decepcionante es que nuestros superiores mostraron más preocupación por algo que haría al Señor Cangrejo parecer un alma caritativa. Veréis, había llegado a nuestros oídos que Ahmed, en lugar de tener salario de gerente, había decidido mantener el sueldo de encargado, que en teoría era inferior al salario. En teoría, hasta que el señor se daba a sí mismo 50/60 horas cada semana, lo cual resultaba en una paga bastante abultada cada viernes. Mientras tanto, al restaurante le faltaban manos.

Y así fue como Cecil se volvió el nuevo manager. Ahmed se negó a cambiar sus condiciones de pago y perdió su puesto de gerente. ¡Ooooops!

Creeréis que las cosas fueron a mejor… Y sí, Ahmed estuvo callado y cabizbajo un par de semanas, pero cuando vio que, a pesar de todo, Cecil estaba siendo presionando por los superiores por razones económicas, el señor volvió a las andadas, e incluso peor.

¿Recordáis mis problemas de salud y los chorrocientos viajes al baño? Bien, amiwis, el señor Ahmed no dudaba en aprovechar cada ocasión posible para señalarme por ello. A pesar de que cada vez que se quejaba, mi respuesta era: “Oye, si quieres, hablo con mi médico y te enseño los papeles que prueban que mi problema está ahí, ¿vale?” Y el señor nunca quería pruebas. Porque claro, es más fácil señalarme como vague que aceptar que, quizá, sí que tenía problemas de salud que se estaban volviendo discapacitantes.

Y no solo eso, problemas que habían estado ahí se volvieron mucho más frecuentes y evidentes. Como el microgestionarme a la mínima oportunidad, tratarme de forma menos favorable e incluso obligándome a llevar una pequeña placa con mi necrónimo porque “todo el mundo lleva una”. Cuando la mitad de la gente pasaba del asunto. Genial todo.

Que sí, a pesar de que Cecil había conseguido quitarme de las cajas en los momentos en los que era menos capaz de lidiar con la sobrecarga (tanto sensorial como laboral), era como si nunca pudiera ver cómo de mal me estaba tratando Ahmed. Pero al menos determinados aspectos mejoraron, como el número de horas trabajadas por semana.

Fueron, unos meses fáciles, hasta que en noviembre nos cae el jarro de agua fría de que nuestros superiores de la franquicia decidieron trasladar a Cecil de restaurante, y a nosotros nos iba a llegar un gerente nuevo. Y ahí fue cuando todo explotó de una forma bestial.

Este nuevo gerente, al que llamaré Butch, era un vago. Tan vago que podrías buscar “vago” en Google y te saldría su foto en la primera fila. Lo cual se tradujo en: Ahmed volvía a estar a cargo de cosas como hacer los horarios, algo que no debería volver a hacer bajo ningún concepto. Y sin Cecil alrededor, se creció aún más en sus desprecios.

Para colmo, nadie salvo yo misme se había molestado a sentarse con Butch cinco minutos y decirle claramente: “Oye, Sariel es autista. Lo pasa fatal en cajas, pero si le dejas que haga cosas en cocina se las apaña bien”. Nadie lo hizo, y no mucho más tarde tuve un colapso mental. No sólo un colapso autista, ojo. Un colapso mental tan malo que apenas recuerdo nada de él. Lo que sí recuerdo es que estuve extremadamente cansade después, lo cual me pasa cuando exploto.

Fue tras ese colapso en el que me di cuenta que no tenía sentido que siguiera intentando cambiar la situación a mejor. Me sentía sole y aislade, a pesar de que Ahmed le hacía la vida imposible a varies de mis compañeres no musulmanes. Yo ya tenía suficiente con estar enferme de algo que había tomado meses, o incluso años, en ser diagnosticado, y que en ese momento estaba empeorando vertiginosamente debido a mi precario estado mental. Porque sí, a pesar de que estaba intentando encontrar terapia para llevar mejor la situación, no todo es sentarme a hablar de cómo me siento, especialmente en casos como el mío. Si las cosas no cambiaban y yo seguía empeorando, me había dicho de ir al médico y pedir la baja. Total, en teoría por lo mío ningún doctor debería dudar de mi palabra, ¿verdad?

Bueno, pues a principios de diciembre casi tuve otro colapso. Digo casi porque mi novia me dijo claramente que si sentía venir otro colapso mental como el anterior, que ni me lo pensara y le llamara. Sí, mi novia, también autista, que odia las llamadas de teléfono casi tanto como yo. ¿Qué me hizo perder los papeles esta vez? Butch esperaba que pudiera hacer el trabajo de tres personas sin darme la oportunidad de hacerlo a mi ritmo, el cual no era su velocidad deseada. Vamos, algo que nunca se le debería hacer a alguien autista. Y claro, ahí cortocircuité, o casi, porque grité que yo así no podía trabajar y que me largaba, mientras me desahogaba con mi novia al otro lado de la línea.

Aunque este colapso no fue tan malo como el primero, recuerdo que, ese viernes por la noche, todo cuanto quería era beber zumo de naranja y comer muchos dulces (resumiendo: azúcar). Recuerdo haberme pasado una hora en el Tesco que tenía cerca hablando a grito pelado, desahogándome de Ahmed, de Butch y de cualquiera que me estaba contrariando allá por finales de 2019.

Lo que sí sé es que, a pesar de que pasé un buen fin de semana con mi novia, yo no estaba mentalmente recuperade. Recuerdo sentir ansiedad por el lunes porque sabía que Ahmed estaría haciendo el mismo turno que yo, y conociéndole, tenía la corazonada de que intentaría provocarme otro colapso para justificar el despedirme. O, al menos, ser él mismo, lo cual tampoco era muy bueno.

Recuerdo ese lunes. 9 de diciembre de 2019. Lo recuerdo porque, en resumidas cuentas, tuve una decepción con algo relacionado con uno de mis intereses especiales. Y todo porque me dije “Debería irme a dormir, que trabajo. Y si no duermo bien no estaré mentalmente estable”. Por eso, digamos que me quedé dormide para algo que es importante para mí. Entonces lo supe: si iba a trabajar, iba a tener otro colapso. Le iba a dar cartas a Ahmed para joderme aún más. Y ahí estaba, a las seis de la mañana, preguntando en Twitter si debería ir al médico y pedir la baja. En retrospectiva, me doy cuenta de que eso era una pregunta retórica, pero por entonces estaba tan jodide mentalmente que necesitaba validación.

Y lo hice. Dije que en Whatsapp que no estaba en condiciones físicas o mentales para continuar trabajando, y que ese mismo día entregaría mi baja. Mi médico instantáneamente me dio la baja, porque sabía de sobra que mi condición solo podría mejorar si me operaban.

Mi baja no fue el final de mis enfados con Ahmed o Butch. Debido a la suma incompetencia de ambos, tuve que ir varias veces al restaurante a pedirles que tramitaran mi baja correctamente, porque no estaba siendo pagade. Pero, para bien o para mal, cuando el covid llegó cuatro meses más tarde pude tramitar yo misme mi baja directamente con recursos humanos.

Así, silenciosamente, dejé el grupo de Whatsapp, respondía a cada correo electrónico de recursos humanos con algo a lo “lo siento, me han cancelado la operación, no sé cuándo volveré a estar disponible” y, sencillamente, tenía la mente y el corazón puestos en la idea de que nunca, jamás de los jamases volvería a trabajar para ese restaurante, o comida rápida en general. Mi salud mental y mi cordura valen mucho más que eso.

Sé que es un final un tanto anticlimático, especialmente porque no tomé notas de cada vez que Ahmed se pasaba de la raya conmigo o tomé suficientes capturas de pantalla para probar los múltiples chanchullos que han pasado. Porque no os engañéis: varies compañeres y yo sabemos de ciertos sucesos ilegales, pero no fuimos lo suficientemente perspicaces de conseguir pruebas para ir a la vía legal.

Sin embargo: dejad que os diga una cosa. Una de las amenazas favoritas de Ahmed era: “¿Y a ti quién te va a dar trabajo con esa actitud?” Sí, implicando que solo él me estaba dando esa oportunidad. Bueno, pues una vez me recuperé de la operación y estuve liste para trabajar encontré el trabajo perfecto para mí. En tiempo récord. En un pueblo más pequeño que Manchester. Eso fue hará casi dos años, y sigo trabajando ahí. En mi trabajo actual se me respeta y se me valora, y como sé lo que me hago se me deja bastante a mi bola. Y sí, es cierto que mi salud mental no está perfecta, pero echando la vista atrás sé que ahora mismo estoy mucho mejor que en 2019.

En cambio, sé que Ahmed acabó por ser despedido. No sé absolutamente nada del cómo. Sé que debido a su trato hacia otres se ganó el estar en su última advertencia, y eso fue antes de que Cecil fuera trasladado. Eso sumado al hecho de que su abuso hacia ciertos compañeres se volvió más vicioso una vez necesité la baja, podrían explicar por qué ya no trabaja ahí. Sinceramente, no me da la gana gastarme unas 30 libras en trasporte para ir ahí y comprobarlo.

Si hay algo en claro que puedo sacar de esta historia es: si sientes que te están tratando mal y estás en un ambiente tóxico: LÁRGATE. En serio, no intentes cambiar las cosas, porque acabarás por absorber esa toxicidad y volverte casi tan male como la fuente de toxicidad. Lo sé porque yo me volví así intentando buscar la simpatía y el apoyo de los demás, y me sabe fatal ser consciente de que reproducí cierta toxicidad en mi ambiente laboral.

El otro consejo que puedo dar es, si sentís que podéis lidiar con todo el estrés y queréis que haya consecuencias legales, ¡tomad notas! ¿Fulanite dice homofobadas a tu alrededor sabiendo que eres gay? Bueno, pues cada vez que lo haga, tú apuntas fecha, hora y lo que ha hecho. ¿Menganite está jugando a favoritos? Vale, esto es más complicado, pero quizá necesites guardarte rotas, por ejemplo. ¿Zutanite no se toma la seguridad alimenticia en serio? Otra vez, apunta fecha y hora y lo que ha hecho. Consigue documentación. A más pruebas tengas, más fácil lo tendrás para tener un caso. Y créeme, hay abogados laboralistas muy buenos ahí fuera.

Por último, pero no menos importante… Mirad, si tenéis la energía y las habilidades sociales, acudid a los sindicatos. Que sí, que en Reino Unido los sindicatos sudan muchísimo de les trabajadores de comida rápida y es muy difícil colectivizar un sector tan volátil debido a la alta precariedad del mismo, pero chiques, no olvidéis que prácticamente todos los derechos laborales que tenemos vienen de sindicatos plantando cara. Hablad con vuestres compañeres. Hacedles ver que hay solución. Yo lo intenté y fallé porque no tengo ese encanto social. Pero otres podríais intentarlo.

Me he dejado muchas cosas en el tintero porque, a más escribía, más me estaba dando cuenta de que este texto iba a ser muy largo, y a pesar de que esto lo estoy escribiendo para asimilar que no es culpa mía, tampoco quiero que sea algo que caiga ignorado. Pero lo importante es que estas cosas pasan, y a más voces se alcen, más fácil será parar esta lacra.

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