Uno de los contras de ser una persona autista es que muchas veces te encuentras con gente que cree que posee la solución para curarte (sin éxito, obviamente) o, al menos, hacerte “menos autista”. Dietas sin caseína ni gluten, algas, aceite de coco… Seguro que hay muchas más dietas y consejos alimenticios ahí afuera, pero estos son los casos más conocidos.
El problema de que estas dietas existan es que crean una falsa esperanza de curación en aquelles progenitores cuyes pequeñes acaban de ser diagnosticades y no saben casi nada de autismo. Como consecuencia, este tipo de dietas puede traer problemas de salud e, incluso, pueden ser el primer paso en un camino lleno de falsas soluciones magufas, cuya última parada puede ser la muerte.
Entonces, si es cierto que estas dietas no funcionan, ¿por qué existen aún? Porque “a veces” sí que funcionan. Pero no del modo en el que elles creen. Y aquí es cuando entran las intolerancias alimentarias y condiciones o enfermedades intestinales.
Una intolerancia alimenticia es la reacción adversa del organismo al ingerir ciertos alimentos. A diferencia de las alergias, cuyos efectos son inmediatos y pueden ser letales, las intolerancias presentan una serie de síntomas como hinchazón, gases y malestar general, y no presentan un riesgo para la vida, como puede suceder con las alergias. Además, hay que tener en cuenta la existencia de condiciones y enfermedades como el síndrome de colon irritable, enfermedad de Crohn o diverticulitis. La presencia, o incluso sospecha, de que existe una intolerancia o una enfermedad intestinal debería hacernos pensar en nuestros hábitos alimenticios.
En mi caso personal sé muy bien de lo que hablo porque sufro diverticulitis y además sospecho ser intolerante a la lactosa. Poseo la habilidad de poderme comunicar verbalmente la mayoría del tiempo, lo que me ayuda a expresar mi malestar al experimentar reacciones adversas alimenticias, o los problemas que me trae la diverticulitis aunque me esfuerce en seguir todas las recomendaciones al pie de la letra. Por lo tanto, es más fácil saber qué es lo que está mal con mi cuerpo, y remediarlo cambiando mis hábitos de manera acorde. Pero no todas las personas autistas son adultes que poseen maneras socialmente aceptadas de comunicarse y conocimientos básicos sobre alimentación o salud digestiva.
¿Qué pasa si un niño es celíaco pero no lo sabe? ¿O una mujer adulta empieza a tener problemas comiendo ciertos alimentos y es debido a una enfermedad intestinal? Y aquí es cuando entran las mentadas dietas autistas. Como lanzar disparos al aire, quizá, con suerte, puedan acertarle a una paloma en pleno vuelo. ¿Pero cuál es la probabilidad de que esto suceda? En estos casos, en lugar de probar este tipo de dietas a ciegas “porque otra mamá autista en internet lo dijo”, hay que buscar ayuda profesional.
Entiendo que los síntomas de una intolerancia o una enfermedad pueden ser muy disruptivos, y si alguna de estas dietas logra eliminar ese malestar, se considera que la dieta ha sido un éxito y la persona ya no es autista. Pero hay que tener muy claro que esos síntomas nunca fueron causados por el autismo en sí. Quizá los hizo parecer peores, ya que a veces el ser autista puede amplificar ciertas condiciones. No obstante, no porque el niño de mi ejemplo haya dejado de tener problemas en el baño no significa que ya no sea autista. Solo que sus síntomas de celiaquía ya no se manifiestan porque su condición se está controlando.
Es como a mí me sucede. No porque haya dejado de consumir lactosa o carnes rojas he dejado de ser autista. Cierto es que ya no tengo crisis relacionadas con la ingesta de estos alimentos. Pero eso no tiene que afectar a cómo mi cerebro ha sido creado. Una dieta libre de gluten y caseína podría parecer buena para mí. Pero no lo es debido a que mi cuerpo sí es capaz de procesar gluten, y por lo tanto, prescindir de un alimento sin razones concretas no es algo que muches doctores estén dispuestes a aceptar. En cambio, si prescindo de las carnes rojas mi médico estaría de acuerdo ya que es un alimento que me afecta negativamente y que está probado que provoca efectos adversos en casos de diverticulitis.
Si tienes un peque autista y estás considerando probar una de estas dietas, habla primero con un médico. Descarta alergias. Descarta intolerancias. Considera la posibilidad de enfermedades intestinales, quizá incluso si no hay antecedentes familiares. Pero, antes de cambiar estos hábitos alimenticios, agota la vía profesional primero. Sé que es falaz, no obstante, no hay que hacer caso de todo lo que puedes encontrar en internet. Y un cambio dietético puede ser el inicio de un efecto mariposa con devastadoras consecuencias. Hazlo solo si estás segure de ello.
Pero no curarás su autismo. Nunca. No te preocupes, ser autista no es malo. Es simplemente diferente.
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