Abril ha sido un mes un poco complicado en lo personal. Aunque al final los cambios han sido mayoritariamente a mejor, lo cierto es que uno de los catalizadores me mantuvo bastante ocupade y ansiose, hasta que afortunadamente conseguí arreglar la situación, no sin ayuda de mis amigues y seres queridos. Y, mientras trataba de arreglar la situación, pasó algo que me hizo pensar sobre cómo percibo el mundo de las mentiras. El de las mentiras piadosas, en este caso.
Era un lunes por la mañana y yo estaba en el trabajo. En uno de esos momentos en los que no había tarea que hacer, una compañera se me acerca y me pregunta si puedo hacerle el favor de cubrir su turno del día siguiente. Debido a que tenía un compromiso personal, aprovechando mi día libre, era incapaz de coger ese turno, por lo que educadamente le respondí que no, sin entrar en demasiados detalles.
Pero, cuando llego a trabajar el miércoles por la mañana, lo primero que me dice mi jefe, intentando suavizar el tono de reproche, es que el día anterior no había respondido al teléfono y, palabras literales suyas, “le estaba fallando mucho”. ¿Mi respuesta? Que no había cogido su llamada porque ni siquiera estaba en Manchester, y que por lo tanto no podía ir a trabajar.
Sin embargo, a pesar de saber que realmente no había hecho nada malo, no tardé mucho en sentirme mal por haber mentido de una forma tan obvia.
La cuestión es que yo tenía mi día libre el susodicho martes. Y creo que todes estaréis de acuerdo conmigo en que puedo hacer con mi tiempo libre lo que se me antoje. Por lo tanto, no le debo explicaciones de tinte personal de ningún tipo a mi jefe. Quizá por eso, de forma casi instantánea, pensé que era buena idea simplemente decir que no estaba por la ciudad. Pero claro, no pensé en cómo de mal me podía sentir emocionalmente, a pesar de ser una mentira que realmente no dañaba a nadie.
Para complicar más mis emociones respecto a mi mentira, mi jefe mencionó que mi compañera no había ido a trabajar alegando que estaba enferma. Hasta aquí hubiera estado bien. No obstante, yo sabía que eso no era verdad, ya que la razón por la que mi compañera insistía en necesitar que alguien la cubriera aquel martes es que necesitaba atender a sus hijos. Por lo tanto, había mentido por ellos. Pero yo, de forma egoísta, me sentí como si hubiera tenido que mentir porque otra persona había mentido en primer lugar, incluso cuando realmente no había necesidad de que yo mintiera. Y aún así, lo hice.
Esperad, que aún no he terminado. La razón definitiva por la que ese día me sentí horriblemente mal no fue solo por la mentira en sí. En ese momento, debido a problemas de convivencia con la persona con la que compartía piso, estaba buscando una nueva habitación de forma urgente. Algunes de mis compañeres lo sabían porque hubo un día en el que me sentí extremadamente mal en mi turno y acabé llorando en la sala de staff de puro estrés.
La mudanza, aunque realmente estaba avanzando bien, se sentía como un mundo enorme ante mí, y eso me hizo tener un estado de ánimo horrible hasta el día en el que supe en el que todo estaba en orden. Sin embargo, me sentí moleste porque mi jefe no había tenido eso en cuenta, y ese compromiso personal era mi manera de relajarme de todo el estrés emocional que supone una mudanza exprés.
Y, a pesar de todo, casi sin pensarlo, mentí y me sentí fatal. Aunque no le deba explicaciones personales a mi jefe. Aunque mi compañera tenía una buena razón para mentir. Aunque necesitaba ese respiro. Pero mentí, y no sentí que estuviera bien, a pesar de que mi mentira no dañaba a nadie.
Si una mentira así de pequeña e inofensiva me hace sentir así, ¿cómo me sentiré si algún día debo decir una mentira aún más grande y peligrosa? ¿Aunque tenga buenas intenciones? Está claro que esta mentira era obviamente piadosa por las razones que ya he expuesto, pero la cuestión es que soy muy consciente de que los alistas suelen recurrir a mentiras más crueles para conseguir cosas menos nobles que mi evasión ética de hablarle de mi vida personal a una persona que no debería tener interés en ella.
Tras este día, a pesar de lo poco retorcidas de mis intenciones, decidí que mentir no era una buena idea. No por los demás, si no por mí. Admito que no sé mentir, por pequeña que sea la mentira, y si ya me siento mal por algo así, no quiero pensar en cómo de grande sería mi remordimiento si decidiera mentir en algo más importante.
Al final, mentir es algo que, en mi opinión, es una alegría que esté fuera de mi alcance. He sido víctima de mentiras muy grotescas en mi vida personal, y sinceramente, no me gusta la idea de que quizá tenga el poder de hacerle lo mismo a otras personas. Si ni siquiera puedo hacerlo de manera inocente…
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